Ruta realizada el Jueves 24/10/2019
Participantes: Alfredo, Domingo, Félix, Juanlu, Pepe
Después de un día de turismo bajo la lluvia nos despertamos descansados y con ganas de bici, que al fin y al cabo es a lo que hemos venido. Está despejado, hace frío en el pueblo, pero sin exagerar. Queda en el ambiente la humedad de las lluvias de ayer.
Repetimos bar para el desayuno. No hay muchas más opciones. Parece el día de la marmota, el mismo camarero, elegimos otra vez tostadas (Alfredo se inclina por la versión British con mantequilla), los mismos parroquianos siguen con su partida de escoba a las 8:30 de la mañana. Son dos, que juegan todos los días desde hace siete años, y parece que se hacen trampas.
Nos vestimos de faralaes y nos ponemos en marcha por la misma carretera del lunes, en dirección al puerto de Santa Clara. Los 9 km de subida por asfalto se llevan bien, 400mts de desnivel con una pendiente más o menos mantenida del 4,4%. Juan Luís tira de todos y no nos damos mucha caña, lo justo para coger temperatura.
Al coronar el puerto, en el mismo punto que iniciamos el paseo andando del primer día, dejamos el asfalto para completar la subida por camino. Es más bien de piedra suelta, incómodo, puñetero, de esos que, sin ser una gran pendiente te van fastidiando, incluso exigiendo algún apoyo -pocos- en su recorrido.
Enseguida coronamos en una zona de prado, pero con vegetación dura. Matorral y hierba muy corta que nace entre el empedrado de granito. Recuerda un poco a las zonas despejadas del puerto de Morcuera.
Llegamos a un chozo reconstruido de piedra, un refugio de pastores. Tiene hasta una pequeña mesa exterior, protegida del viento por un muro entre dos peñas. Hacemos fotos y recuperamos fuerzas para continuar ruta y cruzar a la provincia de Salamanca.
Seguimos un pequeño curso de agua y nos vamos internando en un bosque frondoso de roble. Vamos aplastando bellotas en algunos tramos. La siguiente parada es en las ruinas de un puente medieval. Aquí hacemos fotos y algunas tomas con el dron. Impresionante ver a Alfredo trazar por debajo del puente y salir sobre la poza del río, con una vegetación bastante cerrada.
Del puente a la presa prácticamente no hay nada. Llegamos en un momento y hacemos otra parada y otro vuelo. Luego la zona de baño del río. En verano un sitio de parada familiar, pero ahora todo para nosotros. Solo se oye el murmullo del agua. Una maravilla, relajados y disfrutando del día de sol. Hacemos la última visita al río en el puente del diablo y desandamos un trecho del camino para seguir pedaleando por el bosque de roble y pino.
El recorrido toca Navas Frías, pero no entramos en el pueblo. Cruzamos la zona de recreo que tiene cerca y seguimos camino con una subida corta y suave por carretera, de vuelta al Puerto de Santa Clara.
Alfredo y yo vamos delante. A mi me parece que le va faltando algo al muchacho, se ve que nota que se acaba el ascenso y tiene la batería llena. Que dice que si un sprint -que no, Alfredo- que dice que si empujamos más -que no, Alfredo- ¡anda! Mira, un ciclista de carretera en el horizonte ¿vamos a por él? -yo no, Alfredo- venga… -vete tú- pues voy. Es que no lo puede evitar, es la rana y el escorpión. Por no quedarme ahí, me engancho y damos una acelerada buena para rebasar al pobre hombre y seguir tirando duro hasta coronar el puerto. Allí paramos para reagruparnos.
Resulta que el hombre es del pueblo, que Juan Luis y Félix le conocen, que tiene 64 castañas, una tripa relevante bajo su chubasquero desteñido (ya es difícil desteñir un chubasquero) y una mujer bien guapa, según nos dice Juan Luís.
Ahora toca la bajada por el Soto y la orilla del río. Ya sabes, camino antiguo empedrado por un bosque de los de cuento. Castaños muy juntos, humedad, musgo, una gozada.
Eso sí, Juan Luís y yo nos dejamos caer por la carretera. Gran parte del recorrido lo hicimos andando el primer día y nos apetece rodar por el asfalto sin dar pedales hasta el pueblo.
Comemos en Los Cazadores. Un menú estupendo. Unas judías caretas que aquí llaman chíchares, de las que Alfredo da buena cuenta y luego le pesarán durante unas cuantas horas.
Paseo tranquilo por la tarde alrededor del pueblo, las antiguas piscinas y el convento. Hace una tarde casi de calor. Vamos en camisa y nos sobra todo.
La piscina antigua me gusta más que la moderna y el convento tenía más encanto que la actual hospedería. Ahora es un alojamiento moderno, en el que han puesto un suelo de granito negro pulido y han cerrado el patio con una bóveda de cristal modernista sujeta por estructura metálica. La iglesia desnaturalizada sirve de salón de actos o de comedor, según convenga.
En el momento de nuestra visita calculo que hay en la instalación al menos 10 trabajadores, incluyendo los que se oye hablar en la cocina, la recepción y la cafetería. Nosotros somos cinco y nos tomamos un refresco. Mal negocio ¡qué difícil es hacer que estas cosas funcionen! Ya no se trata de que sea dinero de la Junta o inversión privada. Lo penoso es que no hay forma de que funcione. No sé si se trata de ampliar mercado y traer gente de más lejos, de ofrecerlo a otros públicos o simplemente de dejarlo vegetar pensando que así se mantiene algo de vida en la zona, Lo cierto es que lo que hay no es viable y que lo que no es viable económicamente antes o después sucumbe.
Pues eso, que nos vamos a cenar, que hemos echado la tarde sin dejar que duerman la siesta los que así lo deseaban, ni que se fumen un puro aquellos a los que les apetecía. Vamos en coche a Valverde, a la Velha Fabrica. Y ya lo creo que es bella.
El restaurante está en una antigua fábrica de mantas, jabones y aceite ¿por qué esas tres cosas? Pues no hay motivo o no nos lo saben contar. Sencillamente que estaba allí, que convivieron las tres actividades por algún tiempo y que explotó la fábrica de jabones. No se me ocurre cómo, pero tampoco voy a cuestionarlo.
Sobre las ruinas han construido un restaurante precioso, decorado con gusto, con buena cocina, con gente amable que te lo enseñan encantados y con buen servicio, una vez más, solo para nosotros….
Antes de cenar vemos las antiguas instalaciones de la aceitera. Es una chulada. Las piedras movidas por poleas, el motor eléctrico, las prensas, los depósitos de la aceituna y del aceite. Es fácil imaginarse cómo funcionaba aquello, con un montón de personas trajinando las 24 horas del día en plena temporada. Trabajo duro y rendimiento bajo ¿hay que explicar por qué se vacían las comarcas rurales? Prefiero verlas vacías que verlos pobres. Debería ser compatible bienestar y vida rural, pero aquí no lo hemos sabido hacer.
Bien puestos de vino nos volvemos a dormir a San Martín. Un día magnífico de una excursión estupenda.
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